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sábado, 23 de junio de 2012

FIN DE SEMANA, Y OTRO CUENTO REEDITADO...


EL ENIGMA (cualquier punto de referencia con el cuento El hombrecito del azulejo De Mujica Láinez juro que ha sido pura coincidencia)



Parte Uno: EL CATÁLOGO

Buenos Aires, comienzos de 1920

Presuponiendo que el destino suele prepararnos jugadas magistrales en las que nos coloca de repente frente a algún hito trascendente o enigma dispuesto a ser descifrado, el hombre se abandonaba al azar…o quizás, a algún hilo virtual que hilvanaba su rumbo en la tarde somnolienta de los barrios porteños, que se desperezaban tranquilos entre tranvías y monotonía callejera.

Hurgando en el misterio de zaguanes frescos y silenciosos se iba dejando llevar por los sortilegios de las mayólicas y azulejos que le sorprendían con sus mensajes cifrados de imágenes, símbolos y recuerdos.

No sabía bien por qué, pero algo en el aire le decía que en ellos, en el entretejido invisible de la simbología que los une, se encontraba alguna clave trascendental esperando ser develada.

Siempre había creído que la Historia con mayúscula (y también las particulares, las escritas en minúscula) iban dejando pistas aparentemente inconexas, veladas, sutiles, para que quien se encuentre lo suficientemente entrenado en el significado críptico de los signos, pueda contar con su ayuda esclarecedora interpretando lo que habrá de acontecer. Esos indicios, dejados intencionalmente como advertencia (o quizás simple capricho) serían parte de un mensaje oculto que algún poder ignoto envía a quien quiera interpretarlo.

Por alguna razón, decidió despreocuparse por lo referido en las coloridas mayólicas, rebosantes de ribetes y relieves, para concentrarse simplemente en las características, mucho menos ampulosas, de esos discretos azulejitos albiazules que abundaban como decoración en las entradas de las casas de los sectores más populares.

Alguna vez había leído que la mayoría de esos pequeños azulejos que revestían con particular estética los zaguanes rioplatenses, fueron arribando en su momento desde Francia, precisamente de un mismo sitio, Desvres, y probablemente, de una misma fábrica que concentró desde los finales de la época colonial la casi totalidad de la producción de esas pequeñas piezas que decoraban gran parte de los zaguanes de los suburbios.

Al parecer, los más menospreciados, los que simplemente lucían guirnaldas y simples adornos azules sobre fondo blanco, eran de muy bajo costo en aquellos años, y fueron utilizados como lastre en los barcos que llegaban desde Europa en busca de las carnes rioplatenses. Por ese motivo -y porque igualmente lucían humildemente atractivos- en lugar de ser desechados, dada su cantidad y buen estado general, fueron clasificados, vendidos y utilizados en la arquitectura de casas económicas y conventillos.

Quizás el motivo por el que se viera decidido a centrar su búsqueda precisamente en ellos, fuera la intrincada sucesión de factores que debió haber conjugado la suerte para que aquellos azulejitos blancos, apenas surcados con monocromáticos trazos, hubieran llegado a destino partiendo desde tan lejos… sin tener previsto un rumbo fijo, siendo extrañamente utilizados como estabilización de buques que surcaban los mares hasta un sur casi inexistente en aquellos años, y sin que una razón lógica justificara adecuadamente aquel subterfugio de la causalidad aparentando en cambio ser meramente casual. Alguna razón más trascendente tendría que haber para que todo hubiese sucedido así…y él estaba dispuesto a descubrirla.

Haciendo gala de lo más destacado de su espíritu metódico y catalogador, muñido de lápiz y cuaderno, aquel hombrecito de apariencia inofensiva e intrascendente se dispuso a enumerar meticulosamente todas las variables de diseños de los consabidos azulejitos, sus subespecies, las cantidades relevadas, las posibles variables y anomalías que surgieran durante la observación, la rítmica que adquirieran sus signos entrelazados y cualquier otra característica que sirviera para la interpretación del enigma que sin duda, ellos escondían.

La tarea no fue fácil. Desde el día que comprendió cuál debería ser su objetivo en el incomprendido oficio de descifrador de señales azulejadas, hasta que culminó su ardua tarea de clasificación (circunscripta a cuatro de los barrios que juzgó más representativos), transcurrieron varios meses.

Los cuadernos empleados en dicho relevamiento fueron varias decenas, cuidadosamente etiquetados, ordenados y fechados, siempre con la certera convicción que cualquier detalle conexo que sucediera durante su relevamiento, podría añadir algún gesto particular a tener en cuenta en el momento de la interpretación de su simbología.

Durante el tiempo en que fue llevada a cabo la recolección de datos, el hombre se vio forzado a ir dejando de lado la mayoría de sus habituales tareas no relacionadas con el registro. Primeramente fue suspendiendo las más accesorias, las vinculadas con su relacionamiento social o de esparcimiento. Más tarde optó por relegar horas de descanso. Luego fue retaceando notablemente el tiempo dedicado a sus comidas, actividad ésta que se presentaba como una antojadiza convención de horarios impuestos que nada tenían que ver con la simple y natural función fisiológica de alimentarse para sobrevivir.

A pesar del esfuerzo empleado, de la dedicación casi exclusiva, conseguir arribar a la elaboración sistematizada de suficiente material de estudio implicó que el hombre debiera dejar por varias semanas de concurrir a su trabajo, diligencia ésta que pasó a estar supeditada básicamente a la necesidad de comprar más material para sus archivos.

Transcurridos los primeros meses las consecuencias del deterioro de su físico fueron apreciables para cualquiera que observara aquella máscara enjuta en la que su rostro se había convertido.

Él mismo, al contemplarse en el pequeño espejo de su cuarto de soltero comprendía que la labor que había emprendido implicaría poner en riesgo su salud, pero sin dudas aquello sería una consecuencia secundaria derivada de la magna tarea que el destino había decidido poner en sus manos y no sería él quien se negara, o pusiera límites mezquinos en lo que debía asumirse como prioridad.

A pesar que el proyecto se fue complejizando cada vez más y que los detalles a tener en cuenta en su catálogo se fueron multiplicando en tal forma que debió ir agregando anexos a los cuadernos de relevamiento, su firme convicción y su empeño no mermaron, aún cuando padeciera algunos desmayos.

Tampoco fueron pocas las ocasiones en que debió soportar la incredulidad y la molesta desidia de la gente que lo observaba realizar su maratónica tarea desde la comodidad de quienes se conforman con ver pasar sus días con dejadez, sin siquiera curiosidad por lo que la vida se empeña en revelarles.

Nadie parecía apreciar el valor real de lo que su espíritu indagador había decidido llevar a cabo. Nadie se dignaba a contribuir aunque más no sea por solidaridad con aquella tarea crucial que se había propuesto enfrentar.

Debió soportar constantemente, sobre todo en quienes le conocían, esa actitud de patética conmiseración que, -aunque con disimulo- las personas que se consideran cuerdas generalmente le dedican a los locos.

Más de una vez tuvo que recurrir a la fuerza bruta (con las lógicas limitaciones que su endeble físico le imponía) para abrirse paso ante la mala disposición de algún ama de casa desconfiada negándole el acceso al zaguán de su casa, o algún grupo de muchachos mal entrazados cerrándole el paso en algún conventillo.

Pero a pesar de los malos trances, de las muchas pruebas a los que lo expuso el destino, el hombre persistió en su cometido y duplicó su dedicación hasta censar lo que –asumió- era un representativo número de piezas relevadas.

El día que puso fin a la meticulosa tarea de inventariado, castigaba -desde lo alto- un sol impiadoso que rajaba la tierra. A pesar de ello, el hombre concluyó su labor –casi extenuado-en una de las callecitas más recónditas del barrio de Mataderos, en medio de una bandada de mosquitos que lo azuzaban sádicamente desde el yuyerío de un baldío cercano.

El último portal a inventariar correspondía a la vieja entrada de lo que alguna vez había sido un almacén ordinario, pero que en ese momento, por su especial condición de colación del relevamiento, pasaba a adquirir una connotación más que destacada.  

Sobre el dintel –o en lo que quedaba del marco de la puerta desvencijada- aún lograba verse en relieve y bastante maltrecho el cartel que alguna vez había brindado nombre a aquel establecimiento: una cabeza de caballo con las crines al viento,  enmarcada con rastros de letras rojas que aún proclamaban sentenciosas: “El Potro”

A pesar de lo inhóspito del paisaje, de la incomodidad del calor y los mosquitos, de la molesta presencia de los vagos entre los que debió transitar, a pesar de todo eso…el hombre se sintió feliz.


(continuará)

5 comentarios:

San dijo...

Neo esta entrega nos deja en suspense, ardua taréa la de este hombre, todo lo arrincona por una obsesión, veamos hasta donde le lleva.
Un abrazo.

emejota dijo...

Bien, de momento es feliz, que no es poco, la manera ya se verá si fue la adecuada. Bsss y buen fin de semana.

Anónimo dijo...

No veo relacion con El hombrecito del azulejo, me parece muy original. Y bien planteado, la idea de que hay mensajes ocultos listos para el que este dispuesto a emprender la busqueda, es interesante tema. ¿Como seguira?

Any dijo...

Un romántico el tipo. Estaba justo pensando "se ve que vive del aire, no tiene mucho mas para hacer ..." cuando el texto aclara que al final ya no salía, ni comía, ni trabajaba, ni hacía otra cosa que mirar azulejos. Muy detallista además, imagínome en tal situación ... al tercer azulejo ya hubiera tirado todo y estaría en la esquina tomando un helado (por el calor digo).
Es muy interesante la parte que explica el origen de los azulejos, que supongo será cierta (o no? no me diga ...).
Por último decir que he visto en alguna vieja casa familiar ese tipo de azulejos decorando el hall de entrada y son realmente maravillosos. Hoy saldrían una fortuna calculo.
Bueno, veremos como sigue ...
un beso

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Demiurgo, la relación sólo tienen que ver porque en el cuento "el hombrecito del azulejo", Láinez hace referencia al mismo tipo de azulejos. Por lo demás, la historia es completamente original y de mi autoría.

Any, sí, el origen de los azulejos es totalmente verídico. Me tomé el trabajo de investigarlo.

Muchísimas gracias por seguir al historia con tanto interés!

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